Una Ley Universal

Cuando subes a un avión te recuerdan de forma sistemática que, “en caso de una despresurización de la cabina, se abrirán los compartimentos situados encima de sus asientos, que contienen las máscaras de oxígeno. Si esto ocurriera, tiren fuertemente de la máscara, colóquensela sobre la nariz y la boca y respiren normalmente. Los pasajeros que viajen con niños, deben colocarse la máscara a ellos mismos primero, y después colocársela a los niños“. Tienen que recordarte esto porque es algo contrario a tu sentido común. Es obvio que no puedes apoyar a ningún niño si estás muerto, pero ¡díselo a tu sentido común! No puedes dar lo que no tienes, así que si quieres ayudar a otras personas antes tienes que hacerte cargo de ti primero. ¡No existe otra alternativa!

Estás en este mundo para COMPARTIR y la forma más genuina de hacerlo es ayudando a otros a través de lo que ERES, de lo que HACES y de lo que TIENES (siempre por este orden). Por lo tanto, has de poner tus necesidades en un primer plano ya que para ayudar y servir a otros de forma genuina solo lo podrás hacer desde tu mejor versión. Cuando sintonizas con esta realidad te esfuerzas para crecer a nivel espiritual y material ya que te das cuenta de que es imposible conseguir que otros SEAN si tú no ERES; de que otros HAGAN si tú no HACES; de que otros TENGAN si tú no TIENES

La gran Ley: Recibir con la intención de compartir

La verdadera esencia del logro, desde un punto de vista espiritual, es sin duda el deseo. Deseo absoluto de recibir o, en un lenguaje más concreto: CODICIA. Al desearlo todo, estamos cumpliendo la voluntad de Dios o del Universo de compartirlo todo.

Vagamos por el plano terrenal en la oscuridad por una simple razón: la falta de codicia. Cuando deseamos o anhelamos, recibimos de una forma particular la felicidad que satisface ese deseo específico.

Sin embargo, hemos de aprender que la única forma de recibir continuamente la felicidad, es dejando de recibir y empezando a compartir. La codicia basada solamente en el deseo de recibir solo para uno mismo es, en realidad, la forma más limitada de codicia, pues tarde o temprano te aisla. Recibes una pequeña y única retribución en lugar de muy grandes dividendos.

Si fuéramos más codiciosos, reprimiríamos nuestra conciencia de recibir y compartiríamos incondicionalmente, a pesar del dolor, la duda y el excepticismo que nuestro ego implanta dentro de nosotros.  La diferencia entre una persona que gana 2,000 € y otra que gana 20.000 € es simplemente el grado de codicia, su deseo de recibir riqueza. El individo que tiene mayor deseo, naturalmente, trabaja más inteligentemente para satisfacer su deseo. Esa persona no se detendrá hasta ver su objetivo cumplido.

La mayoria de las doctrinas espirituales predican la abnegación y enseñan la abstinencia. Nos dicen que debemos renunciar al mundo material y a nuestros deseos terrenales a cambio de los tesoros espirituales. Nos alientan (¡alienan!) a eliminar nuestros deseos mundanos. El hecho es que no debemos anular nuestros deseos mundanos ya que ello nos aisla del mundo material. En vez de anular nuestros deseos, hemos de convertirlos; transformarlos para poder recibir lo que verdaderamente necesitamos para ser felices.

El deseo de recibir, o la codicia, debe ser convertida de forma que deje de alimentar nuestro ego y pase a alimentar las necesidades de los otros, lo cual, paradójicamente, acaba alimentando a nuestra propia alma. En otras palabras, CUANTO MÁS COMPARTIMOS, MÁS RECIBIMOS. Cuando nuestra conciencia sintoniza con esa dinámica, el Universo atiende a todas nuestras necesidades.

Una paradoja

Te comparto una  paradoja que pone de manifiesto esta Ley Universal:   

Imagina que te encuentras en un auditorio con las luces apagadas y repleto de obstáculos. Hay objetos altos contra los que puedes chocar, otros bajos que pueden hacerte tropezar, y objetos afilados que podrían cortarte y lastimarte.

Imagina que hay otras personas encerradas contigo en ese auditorio. Cada una de ellas tiene una VELA APAGADA. Por supuesto una vela que no está encendida no sirve para nada, por lo que cuando intentan abrirse camino en la oscuridad todas se tropiezan, se caen y se lastiman constantemente al chocar contra los obstáculos.

Todas excepto tú. Tu vela sí está encendida. Puede que no emita mucha luz, es cierto, pero te ayuda a evitar la mayor parte de los obstáculos peligrosos y te permite seguir caminando. Y aunque tropieces alguna que otra vez, estás en condiciones mucho mejores que los demás.

Naturalmente, no quieres regalar tu vela, pero acabas de leer un libro sobre KABBALAH y te das cuenta que debes resistirte a tu egoísmo. Así que enciendes la vela de otra persona con la tuya. Entonces te das cuenta de algo asombroso, aún conservas tu luz original; compartir tu llama no hace que esta disminuya. Esa revelación te ayuda a compartir más veces. Entonces adviertes algo más sorprendente todavía: la luz de las otras velas te ayuda a ver mejor, a medida que más y más velas iluminan el auditorio.

Poco después, las personas con quienes compartiste tu llama reconocen el beneficio de compartir su luz. Y de pronto muchas personas con las velas encendidas están caminando y encendiendo las velas de los otros. A medida que más gente comparte, más luz inunda el auditorio. Los actos de compartir de las otras personas están generando más luz para ti. Y antes de que puedas darte cuenta, hay tanta luz en el auditorio que todos los obstáculos se hacen completamente visibles. En ese momento todos dejan de tropezar, caer y lastimarse. El caos de la sala se ha transformado en orden mediante innumerables actos de compartir.

Feliz Camino !!!

3 comentarios en «Una Ley Universal»

  1. Me encantó. Simplemente me llegó a lo más profundo de mi ser y entendí porque me gustó siempre ayudar a los demás. Gracias Gracias ❤️ Gracias.

    Responder

Deja un comentario